Volcar la herida, develar la huella en el cuerpo para romper el silencio. De esta manera, la tela ya no es soporte de signos para representar objetos materiales, sino superficie espejo de proyecciones multifocales del inconsciente, la mente y sus recuerdos. Una vez realizado el corte, la piel se muestra visiblemente ultrajada, violentada, usada; al punto de que no haya más por ocultar, por resguardar: la mordaza ha caído. Y la memoria se convierte en un amasijo de carne fileteada, pendiendo de los últimos trozos de tejido que la mantienen en el vacío, sostenida por su fragilidad. Brenda R. Fernández